El poder de aferrarse al pasado
Disney celebra su centenario con la película Wish, ambientada en una Al-Andalus mediterránea, y con una trama dirigida hacia los deseos dentro de las películas del estudio y su siempre lema “follow your dreams” que acompaña a casi todas sus películas.
Asha, una chica torpe pero comprometida con su pequeño reino y sus habitantes, está a la espera de conocer al rey para convertirse en su nueva aprendiz. Sin embargo, la reunión no iría como ella esperaba al oponerse a las aciones del rey sobre el asunto de los deseos que le entregan sus ciudadanos. A raíz de esto, acompañaremos a la protagonista en su lucha por devolver a su gente aquello que siempre fue fue suyo.
La idea, una vez más, de que los sueños debe hacerlos realidad una misma envuelve las bases de esta nueva película. Argumentando esta tesis con un enfrentamiento contra la tiranía y el totalitarismo que defiende el personaje del rey. Un villano que deja mucho que desear, y que flaquea de recursos y argumentos para ser un oponente bien construido.
Podría parecer que se ha producido un esfuerzo por cambiar y crear algo único y diferente para esta celebración. Primeramente haciendo un ejercicio de transformación estilística en su animación y diseño de fondos y personajes que rompen con el clásico 3D Disney, muy afianzado y marca de la casa desde que Enredados (2010) estrenase en taquilla con muy buenos resultados. Así pues, en Wish encontramos un intento por traer a la pantalla una renovación de imagen, refrescante y nueva que transmite ciertos aires de novedad y búsqueda hacia algo distinto. Sin embargo, la máscara no podía ser más fina, pues tras sus finas grietas se vislumbra una falta de creatividad y ambición que ha inundado el alma del estudio desde hace ya una década. Sin apostar por la experimentación y utilizando un estilo ya explorado y abanderado por dos grandes embajadoras: Spiderman: Into the Spider-verse (2018) y El gato con botas: El último deseo (2022), que con sus propuestas han traído a la animación nuevos horizontes estilísticos con los que experimentar y jugar. Demostrando una ambición, talento y deseos de renovar que han sido todo un acierto dentro del formato y una visibilidad hacia otros estudios. Así pues, Disney se coloca en la cola cómodamente como quien no quiere arriesgarse a ir por delante, tristemente aposentándose en la mediocridad, y demostrando el miedo que sacude hasta lo más profundo del estudio por arriesgarse a crear algo diferente.
La película no podía ser más una amalgama de easter eggs, hoy en día tan populares entre los fanáticos de la compañía. Escena tras escena, carente de complejidad o profundidad debido a sus diálogos torpes y predecibles, encontramos alusiones y referencias a muchas de las películas más conocidas de la casa. Tratando al espectador como un mero “investigador” fácil de complacer, falto de interés o inteligencia audiovisual.
Una no puede dejar de preguntarse por qué el estudio que nos trajo grandes películas como El Rey León (1994), 101 Dálmatas (1961), La cenicienta (1950), El libro de la selva (1967) o la más reciente Zootrópolis (2016) se ve ahora sometido a sus propias reglas y formatos, que lo hunden año tras año en una ciénaga de estereotipos repetitivos, personajes, guiones y premisas sacados de plantilla, y humor sobradamente insípido.
Por supuesto, no todo puede ser un aspecto negativo, pues como siempre, Disney no decepciona en cuanto a la composición de sus BSOs, y esta vez, acertando una vez más en la mayoría de su repertorio, aunque un tanto falto de propuesta. Dado que se eligió España como base artística para la ambientación, no hay un estilo que caracterice propiamente al entorno, cosa con la que sí han apostado en películas como Encanto (2021) o Moana (2016) y que demuestran una vez más, no solo falta de ambición, sino un actitud ciertamente irrespetuosa hacia la propia cultura española.
La película que conmemoraba 100 años de creatividad e historia parece no ser más que la cara de la infinita nostalgia a la que nos arrastran película tras película, agotando lentamente las baterías cargadas por los predecesores que, lamentamos descubrir, han dejado un listón demasiado alto para sus descendientes.
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