El cineasta español Pablo Berger se zambulle de lleno por primera vez en el campo de la animación y lo hace a lo grande. Su Robot Dreams ha conquistado al mundo entero y no ha necesitado para ello ni una sola línea de diálogo ―como tampoco la necesitó Berger en Blancanieves (2012)― para emocionar con la conmovedora historia de la entrañable amistad de un perro y un robot. El mérito, como siempre ocurre en el cine, no es solo suyo. Mucho tiene Robot Dreams que agradecerle a la dirección de arte de José Luis Ágreda, cuya visión creativa se une a la perfección con los dibujos originales de Sara Varon, autora de la novela gráfica en la que se basa la película.
UNA FÁBULA PARA TODOS LOS PÚBLICOS
Robot Dreams, al igual que la novela de Varon, apuesta todo a la imagen, y logra así convertir la animación en un lenguaje universal que traspasa todos los continentes y todos los públicos. Con una estética colorida y naif que transforma la pantalla de cine en un cuento ilustrado y en movimiento, desarrolla una adorable fábula que resulta atemporal y aespacial, a pesar de estar muy marcada por una década de los 80 en la que no faltan Naranjito ni Stephen King y por una Nueva York en la que no faltan ni las Torres Gemelas ni Coney Island.
Con respecto al cómic, la película innova en un diseño de fondos y personajes secundarios extremadamente cuidado, lo que convierte en una auténtica gozada perder la mirada por los recovecos de sus planos generales. La guinda del pastel la coloca el uso de la luz como elemento diferenciador de diferentes espacios y etapas, tanto literales como emocionales.
HAY UN AMIGO EN MÍ
Más allá del apartado visual, Robot Dreams es una oda a las amistades pasadas, presentes y futuras. Es una historia sobre despedidas y reencuentros, y también sobre distintas etapas vitales y saber reconocer cuándo acaba una y empieza otra. Nos habla de afrontar dificultades, de la perseverancia, de cuándo no hay tirar la toalla y de cuándo una retirada a tiempo es una victoria. Y lo que es más importante, democratiza sus moralejas para todo tipo de público. Sin ser una cinta infantil, recibe con cariño a los espectadores más pequeños y se presenta como un cuento exento de picardía.
Tan solo se permite realizar alguna que otra broma para el público adulto, sin llegar excluir ni ser condescendiente con una audiencia infantil que muchas veces resulta ser más madura que la adulta y que probablemente tenga tanto que decir sobre amistad, el amor, la confianza mutua y el sentimiento de «encajar» como la entrañable pareja que forman Dog y Robot.
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