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“El chico y la garza”: Hayao Miyazaki se despide (o no) por todo lo alto (SSIFF 2023)

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Título original: Kimitachi wa dô ikiru ka
País: Japón
Año: 2023
Director: Hayao Miyazaki
Estudio: Studio Ghibli. Distribuye: Vértigo.
Estreno (cines): 27 de octubre de 2023.
Edad: Todos los públicos.

22 de septiembre de 2023. El público europeo se dispone a ver por primera vez la nueva película del maestro de la animación Hayao Miyazaki, en el marco de la gala inaugural de la 71ª edición del Festival Internacional de Cine de San Sebastián. Antes de la proyección, un mensaje en vídeo del propio cineasta, que no ha podido estar presente en la ceremonia, agradece el cariño a los espectadores, y recibe el premio Donostia que se concede a su persona. Un mágico instante que quedará forjado a fuego en las retinas de los asistentes. El legendario director se muestra algo más envejecido y enjuto que el Miyazaki que conocemos por sus últimas fotografías públicas y, de carácter reservado, pide expresamente que no se filme su grabación. Tras ello, las luces del Kursaal se apagan, y la sala entera es iluminada de azul por la careta que sirve de introducción a todas las películas de Ghibli, en la que puede verse a Totoro y a Mini Totoro, personajes fundacionales del estudio que presentan cada una de sus obras ya desde su primera aparición en 1988.

EL REGRESO DE LOS ANTIGUOS MAESTROS

Hablar de Hayao Miyazaki es hablar de uno de los más grandes nombres, no solo del cine de animación, sino del cine en general. Es por eso que el estreno de su primera película tras su —inicialmente— retiro en 2013 es ya de por sí un hito digno de mención. Curiosamente, no es el único inesperado regreso al que hemos asistido, maravillados, en esta edición del SSIFF. El español Víctor Erice también abandona su (supuesto) retiro con Cerrar los ojos, su primer largometraje en 30 años, y al igual que El chico y la garza, constituye un auténtico culmen de su filmografía, una catarsis con respecto a la huella que ambos cineastas han dejado en la gran pantalla. La nueva película de Miyazaki sabe más a despedida que su trabajo anterior, El viento se levanta (2013), y se aprecia en ella mucha más entidad de cierre, de bajar el telón y de acabar con una reverencia, de autohomenaje más que merecido, de celebración de toda su obra.

Fotograma de El chico y la garza. Vértigo Films.
LA MADUREZ DE MIYAZAKI

Sin embargo, El viento se levanta casi se alzaba como una rara avis dentro de la carrera de Hayao Miyazaki. Aunque inevitablemente se mantenía fiel a su estilo, se trataba de una obra biográfica de un personaje histórico, ambientada en la Segunda Guerra Mundial y despojada de las grandes dosis de género fantástico que envuelven el resto de sus películas, incluida Porco Rosso, en la que casi lo único sobrenatural es el aspecto de su protagonista. En El viento se levanta no faltaban, eso sí, las secuencias oníricas en las que Miyazaki podía desplegar sus alas y dar rienda suelta a toda su creatividad para la composición de imágenes fantasiosas. No obstante, El chico y la garza no aísla a El viento se levanta como la excepción a la regla; sino como un paso significativo y necesario dentro de la filmografía del maestro japonés.

El chico y la garza se inicia, al igual que su predecesora, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, en un tono realista e histórico que parecería más propio del Takahata de La tumba de las luciérnagas. El elemento mágico, representado en este caso por la garza, no se muestra en todo su esplendor hasta bien avanzado el metraje, algo poco habitual en la filmografía de Miyazaki. En estos primeros momentos de la cinta cuando podemos apreciar la honda marca dejada por El viento se levanta en la obra de su autor. De hecho, durante el resto de la película seremos testigos de una ardua lucha entre el mundo mágico y el mundo real; entre el Miyazaki más fantasioso y el más apegado al realismo.

Fotograma de El chico y la garza. Vértigo Films.
PESIMISMO REALISTA Y OPTIMISMO CINEMATOGRÁFICO

Hayao Miyazaki, nacido en plena Segunda Guerra Mundial y marcado de por vida por los bombardeos que asolaron Japón durante su infancia, se ha definido a sí mismo como una persona pesimista pero que procura transmitir valores optimistas a través de sus películas. En cada una de ellas, por duras que sean las dificultades a las que se enfrentan sus protagonistas, siempre logran superarlas con coraje y optimismo, desde Nausicaa hasta Jiro Horikoshi. En el que pudiera ser ―Dios no lo quiera― el último film de su carrera, el Miyazaki pesimista pareciera querer salir y estar presente también en la función, con un protagonista, Mahito, que esta vez rehúsa de la llamada de lo mágico y, frustrado por el asolador panorama de su mundo, no quiere luchar por intentar salvarlo, sino más bien solo para salvarse a sí mismo. El mundo fantasioso, por su parte, no está dentro del mundo real como en El castillo ambulante o en Mi vecino Totoro, sino intrínsecamente separado como en El viaje de Chihiro.

Y por si fuera poco, el mundo de fantasía también está en un grave proceso de decadencia que lo aboca a un apocalíptico final, como lo estaba el mundo de San en La princesa Mononoke. Sin embargo, y si me permiten el pequeño spoiler, aunque el pesimismo realista de Miyazaki se hace muy presente durante toda la película tanto en el mundo real como en el mágico, es el optimismo cinematográfico del autor el que se acaba, finalmente, imponiendo. Porque como en todas las películas del cineasta, el mensaje que se acaba transmitiendo es que nunca es ni demasiado pronto ni demasiado tarde para luchar por un mundo mejor.

Fotograma de El chico y la garza. Vértigo Films.
EL LEGADO DEL ABUELO

Decíamos Mahito es un personaje algo diferente a la mayoría de héroes y heroínas de Studio Ghibli. Es un chico que, atormentado por los horrores de la guerra y la muerte de su madre, rechaza la llamada a la aventura. Mahito no puede ver ni en pintura a la garza que da título a la película, y hace todo lo posible por alejarse de ella, incluso atacándola. Sin embargo, el protagonista deberá acabar por aceptar su destino, y sumergirse de lleno en el plano fantástico para descubrir el misterio que se esconde tras la desaparición de su tío abuelo, que bien podría ser una versión «miyazakiana» de Alonso Quijano.

De hecho, no es extraño ver reflejado al propio Miyazaki en el personaje del tío abuelo, un anciano que desea pasar el testigo de su magia; y a su nieto en el personaje de Mahito, atendiendo a que el cineasta ha concebido la película como un regalo hacia él. Y, si Hayao nos perdona la osadía, quizás tampoco sea exagerado querer vernos a nosotros mismos, a los espectadores, a una generación entera, como nietos de un Miyazaki que, en la última etapa de su vida, nos cede un gran legado formado por su enorme creatividad e imaginación para contar cuentos a través del medio más bonito del mundo: la animación.

Fotograma de El chico y la garza. Vértigo Films.
OCASO, DENTRO Y FUERA DE LA PANTALLA

Algo parecido sucede en la actualidad entre los bastidores del Studio Ghibli, que recientemente ha pasado a ser una compañía subsidiaria del holding Nippon TV. Aunque a Hayao Miyazaki no le falta entusiasmo y asegura estar trabajando ya en un nuevo proyecto, es más que posible que El chico y la garza sea la última obra que veamos del maestro japonés. Tanto el veterano cineasta como el mítico estudio que está tan ligado a él parecen vivir una etapa crepuscular. La animación, en Japón y en el resto del planeta, está cambiando. En 2020, Guardianes de la noche: Tren infinito (Kimetsu no Yaiba: Mugen Ressha-Hen) le arretaba a El viaje de Chihiro el puesto de película más taquillera de la historia en el país nipón. El mundo entero mira hoy a la animación japonesa, que no para de ganar nuevos adeptos, y también nuevos talentos. Y al hablar de ello no podemos olvidar a los viejos maestros que, con Miyazaki a la cabeza, iniciaron el camino.

UN REGALO

El chico y la garza parece, en ocasiones, mostrar su bendición a los nuevos cambios al incorporar al tan firme y clásico estilo de Ghibli cierta experimentación con nuevas imágenes y técnicas de animación, incluyendo 3D en muchas secuencias. Pero no por ello la película deja de verse como una maravillosa anacronía, como un cine de animación que ha perdurado casi tanto en el tiempo como el mosquito de John Hammond en Jurassic Park, un auténtico regalo artesanal de los que ya no se hacen, que parece tallado a mano en madera por un huraño abuelo de Heidi en la apacible soledad de los Alpes.

Quizás no entre en el Olimpo de la filmografía de Miyazaki, y seguramente no será recordada como la mejor del director, pero en ningún caso podría ser considerada como una obra menor. Lo que sí podemos afirmar es que el Abuelo, una vez más, ha conseguido firmar una película más que notable, y que a su vez supone una auténtica transmisión de todo su legado. Y no podemos pedirle una mejor despedida a Hayao Miyazaki. Salvo, eso sí, que no sea una despedida.

Calificación Animatic